En aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola por algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás: Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano. El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: "¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias." En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!" Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.
Si Jesús Hubiera vivido en estos días, seguramente hubiera terminado esta parábola de manera distinta, porque en nuestra sociedad, al que se ensalza, se publicita y se vende, se le da la vuelta al ruedo entre vítores y aplausos y es sacado en hombros por la puerta grande.
Poco importa que detrás quede el cadáver de quien humilló la cabeza y se doblegó ante la capa y la espada. Entre las manos del triunfador y arrogante, asoman las orejas y el rabo de aquel que tan solo aspiró a sobrevivir
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