La belleza, la auténtica belleza, está por encima de modas y costumbres. La belleza perdura en el tiempo y trasciende más allá de la hermosura o la perfección formal. Podríamos hablar de la belleza en la literatura, en el arte o en la naturaleza, pero hoy quiero centrarme en el ser más bello de la creación, la mujer.
Hay millones de mujeres hermosas, lindas, seductoras, llamativas, pero para alcanzar la belleza hace falta algo más que un cuerpo perfecto o un rostro de acuerdo con los cánones, para alcanzar ese doctorado hay una carrera totalmente imprescindible, y se llama tiempo.
Una mujer joven, es como un vino fresco, fragante y con chispa, pero solo los mejores y con la ayuda de los años alcanzarán la categoría de reserva. Una mujer madura, segura de sí misma, equilibrada y plena, irradiará una belleza que de joven apenas alcanzaba a imaginar, porque la belleza es armonía, armonía entre el cuerpo y el alma, no es el fogonazo que te ciega, es el paisaje que no te cansas nunca de contemplar y que varia según las estaciones e incluso según las horas del día.
Tú fuiste una mujer hermosa, pero ahora eres una mujer bella, tus ojos tienen la profundidad de los lagos sin fondo, el misterio de una vida apurada hasta las heces, la serenidad de un amanecer de invierno. Ya no tienes que posar ni que buscarte en el espejo, porque tu porte irradia prestancia y aplomo, tu voz tiene el timbre artesanal de la piezas maestras y tu cuerpo la plenitud de la fruta en su mejor momento, fragante, mórbida y apetecible.
Ya no tienes que fingir ni que imitar, eres tú misma y sabes quién eres y lo que quieres ser, el amor ya no tiene más secretos que los que cada día te empeñas en descubrir y sabes que el verdadero premio se recoge en el camino y no al llegar a la meta.
Por todo ello, por hacerme reír con tu ingenio, por mirarme a los ojos desafiante, por saber sacar lo mejor de mí mismo, y sobre todo por descubrirme el amor cada vez que mi cuerpo se ilumina con la llama de tu desnudez, por todo ello y por esos momentos en los que el tiempo se detiene y el ascensor pasa de largo del séptimo cielo camino al infinito, me postro ante ti y bebo de la fuente de la vida hasta llegar a ese cenit que solo alcanza quien se bautiza en las aguas de la mujer madura, quien tiene el privilegio inmenso de amar y ser amado por una mujer como tú.