Acabo de regresar de una travesía en el desierto, con la armadura abollada, el casco colgando de la espalda, y la espada mellada de golpear la piedra. Como en el poema de León Felipe, yo también voy cargado de amargura y no puedo batallar.
Podría consolarme como Felipe II pensando que "No mande mis naves a luchar contra los elementos", pero la lluvia de hoy no es escusa. Nos han vencido esos enanos disfrazados de gigantes que son la desesperanza, el agotamiento, la falta de fe y la comodidad.
Un colectivo con más de cien mil afectados no puede presentarse en al campo de batalla con seis lanceros. ¿Dónde está el resto? ¿Cuántos heridos? ¿Cuántos enfermos?... Los demás han optado quedarse en las trincheras con el culo pegado en tierra, mientras unos pocos se lanzaban al combate en medio de la lluvia, el barro y los disparos del enemigo.
Acabo de ver publicado en las paredes de INSS un parte de guerra que reza:
"Vencido y desarmado el ejército de las SSC", se han conseguido los últimos objetivos militares. La guerra ha terminado".
He arrojado al fango mis insignias, mi lazo azul, y mis hojas de firmas, a partir de ahora seré un partisano, un guerrillero traicionado por sus propios compañeros, pero aun así, como un lobo solitario nada ni nadie conseguirá callarme, seguiré enviando manifiestos, escribiendo en mis blogs, guerreando en la radio, hasta que las puertas se abran o las aspas de un molino consigan derivarme.
Ya no ladran los perros, porque ya nadie cabalga por las playas de Barcino, ni por la manchega llanura. Dulcinea languidece postrada ante el hogar, mientras el invierno da sus últimas bocanadas de hielo. El Gran Hermano esboza una sonrisa, mientas yo me elevo cabalgando a lomos de Clavileño en busca de la utopía perdida.
"En un lugar de esta España de cuyo nombre no quiero acordarme..."
JUANMAROMO
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