Hoy es un día triste, uno de esos días en los que notas que una página de tu vida se ha cerrado y que a partir de ahora nada volverá a ser igual.
Ayer murió Félix. Félix era mi tío, pero era mi hermano, ese hermano mayor en el que nos miramos y al que queremos imitar.
Desde muy joven emigró a Barcelona en busca de horizontes y de futuro, la vida rural daba sus últimos coletazos, y no quedaba sitio para todos. Durante unos meses vivió en mi casa, jugábamos como dos críos, nos peleábamos en la cama salvajemente, recuerdo un día en que le clavé un tenedor en la nariz…
Era un hombre alegre, emprendedor y lleno de vida. Nada más acabar la mili, montó un pequeño negocio de transportes, compró una camioneta vieja y a base de sacrificios y de trabajo continuo, llegó a tener cien vehículos en su empresa.
A los 18 años, empecé atrabajar con él y así seguimos hasta que se retiró y me pasó la agencia. Veinticinco años de lucha, peleas, crisis. Los dos teníamos un fuerte carácter y a veces saltaban chispas, pero el respeto y el cariño siempre prevalecieron.
Tenía una mujer luchadora y paciente con la que compartió toda su vida, una casa con huerto desde la que se veía el mar. Allí cultivaba sus tomates, lechugas y frutales que luego compartía con la familia. Tenía un puñado de nietos que le adoraban, jugaba con ellos como antes jugó conmigo y tenía muchos años por delante para disfrutar del trabajo de toda una vida… pero ayer se marchó para siempre.
Presiento que ya tendrá su huerto preparado donde recuperar esa tierra que siempre llevó en su corazón, una tierra fértil, sin plagas ni sequías donde no arraigarán las malas hierbas y donde cada semilla rendirá ciento por uno.
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