viernes, 16 de octubre de 2009

LA CEREMONIA DE LA DESOLACIÓN




En poco tiempo he asistido al entierro de tres personas muy queridas. Dos de ellas fueron enterradas en el pueblo. Una ceremonia religiosa celebrada por un sacerdote que conocía al difunto, o que al menos se había informado concienzudamente sobre él, unas palabras de ánimo y esperanza a los familiares y todo el pueblo acompañando el duelo. Luego, el féretro era llevado al camposanto, y se le entraba a hombros de familiares y amigos. El foso ya estaba preparado y tras unos momentos en los que cada uno podíamos despedirnos con unas palabras, se le descendía a la tierra, y se le daba sepultura entre árboles y flores silvestres.

Pero hoy ha sido muy diferente, la ciudad destruye a sus hijos y devora sus cadáveres. Una ceremonia fría y desangelada en una capilla de diseño, un coche que se lleva el ataúd a toda velocidad hacia la ciudad sin nombre. Una vez allí, es izado con una plataforma hasta el séptimo cielo como si fuera un mueble, dos operarios lo introducen en el nicho y van tapiando el agujero mientras los familiares nos quedamos abajo como asistiendo a una mudanza.

Con pasmosa eficacia (ya la quisiera yo para los chapuzas que contratas en casa), terminan su trabajo y salen disparados a por otro agujero. Las coronas de flores se quedan en el suelo, mientras los sufridos asistentes nos vamos dispersando, más compungidos por el escenario y la puesta en escena que por la obra en si.

Recuerdo aquella estrofa de "Mediterráneo"; Arrojad al mar mi barca con un levante otoñal… y se me hace un nudo en la garganta. Yo no quiero que me almacenen como al Arca Perdida de Indiana Jones, prefiero arder en un suspiro y retornar al seno de la madre mar convertido en polvo de estrellas.

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