viernes, 7 de agosto de 2009

EL EMBRIJO DE SUS BESOS



La espera se había hecho eterna pero todo acaba aconteciendo. Faltaban diez minutos para la llegada del tren, y allí estaba esperando impaciente su llegada, la música apenas podía calmar su nerviosismo. Se habían reencontrado unos días antes y la experiencia había sido crucial, desde el momento en que la vio de nuevo supo que la seguía amando y que el tiempo se había detenido para ellos, unas horas de íntima y tierna conversación y una despedida con un abrazo y un casto beso, habían dejado su corazón al borde del colapso, pero él sabía que ella necesitaría su tiempo.
Había buscado un rincón tranquilo donde comer y poder compartir unas horas de intimidad, pero presentía que ya no tendría suficiente con unos besos en un rincón de la cafetería.
De repente, entró un mensaje en su blackberry. - Estoy entrando en el andén my darling, en cinco minutos estaremos juntos-
Arrancó el coche y dio la vuelta a la manzana, el aparcamiento era imposible, pero de pronto, la vio aparecer.  Era una mujer en lo mejor de su madurez, bella, erguida y segura de sí misma, desprendía ese poderío que la vida solo concede a unos pocos afortunados, detuvo el automóvil, y ella subió a bordo. Cuando sus labios se juntaron, supo que no podría esperar.
Al llegar al parquin, aparcó y abriendo la puerta trasera, la invitó a sentarse en el amplio asiento posterior, ella, algo sorprendida, cambio de sitio, y las puertas se cerraron. Fue un momento de un intensidad cósmica, se miraron a los ojos y los labios se acercaron como dos polos opuestos, cuando los alientos se mezclaron, las llamas prendieron con fuerza. Durante un tiempo impredecible se intercambiaron un infinito abanico de besos. El intentaba mirarle a los ojos, pero al final terminaba dejándose llevar por el embrujo de aquellos labios cantores y expertos, los coches entraban y salían, pero para ellos, no existía nada fuera de su mundo.
A pesar de que en varios momentos llegó al punto de ebullición, sabía que no era e sitio ni el momento, se conformó con acariciarle con inmensa ternura los brazos y los senos mientras se impregnada del olor de su cuerpo.
Durante la comida, cientos de confidencias, recuerdos, miradas y caricias. El tiempo volaba y había que volver a la realidad, bajaron al salón  y se regalaron los últimos besos, durante unos minutos, hablaron los ojos con un sonido ensordecedor.
Cuando la dejó de nuevo en la estación, supo que la próxima vez no podría conformarse con unos besos clandestinos, había jugado muy fuerte, y ella había aceptado el envite.
JUANMAROMO

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