miércoles, 10 de septiembre de 2008

EL REGRESO

 El reloj de la estación se arrastraba perezoso en su esfera indolente. Él esperaba con el alma en un puño verla aparecer por la escalera, cuarenta años hacían que unos minutos fueran el reflejo de la eternidad. De repente se hizo la luz y ella apareció como una Venus surgiendo del túnel, bella, luminosa, desafiado a Cronos y a su corte.
Cuando se miraron, la chispa saltó entre dos polos, se abrazaron como si de un parto se tratara, el lloraba y temblaba como un niño. Se tomaron de la mano y caminaron por el paseo sin dejar de mirarse a los ojos, en un momento, ella se detuvo a dialogar con una señora que portaba una mascota, él no podía dejar de adorarla.
Como en una ceremonia iniciática, tomaron asiento en la terraza del hotel y comieron lo que nadie recuerda con el mar como telón de fondo, hablaron, recordaron y la ternura comenzó a tejer su red insobornable.
De regreso a la estación, él la miro a los ojos y le dijo  - Tienes los ojos tristes, pero yo te voy a dar todo el amor que necesitas para que jamás vuelvas a sentirte sola....
Un beso en los labios los separó de nuevo, pero esta vez ambos sabían que la suerte estaba echada y que a partir de ese instante el reloj de sus vidas volvía a los 17, a ese instante fecundo en el que ambos descubrieron el amor que nunca debieron dejar escapar.

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