En la antigüedad, la medicina era practicada como una forma de magia y la enfermedad era considerada un castigo divino. Fue a partir de la Grecia clásica en que los médicos empiezan a contemplar la enfermedad como un proceso natural durante la vida de animales y plantas y que debía ser tratado con procedimientos naturales.
La medicina clásica considera al hombre globalmente como un ser compuesto de alma y cuerpo y reconoce la interrelación entre ambas esencias y la influencia que ejercen la una sobre la otra. El conocimiento del paciente es básico en el diagnóstico, el médico dialoga largamente con él, le observa, le toma las manos, le examina los ojos, se fija en su manera de caminar y de hablar, “El cuerpo tiene su propio idioma”, y los galenos de la época lo conocen a la perfección.
Saben también, que el trato humano y la confianza son el primer paso hacia la sanación, conocen sus limitaciones y saben que a veces las palabras curan más que las hiervas.
Hasta pasada la Primera Guerra mundial, la medicina evolucionaba lentamente, y básicamente las medicinas las preparaba el boticario con productos naturales y recetas magistrales que pasaban de padres a hijos, pero en los años treinta del pasado siglo, se produce la primera incursión de la industria química. Bayer, empieza a investigar con unas sustancias sintéticas con alto poder antibiótico, se trata de las sulfamidas. A partir de entonces, la ponente industria química, se da cuenta del inmenso potencial que tienen los medicamentos sintéticos, y dedican cantidades ingentes de dinero en su investigación. En poco tiempo surgen cientos de productos, entre ellos la célebre Aspirina, y en 1.928 Fleming descubre accidentalmente el “Penicilium”, un hongo que será el origen de La Penicilina, el primer antibiótico sintetizado de la historia.
En unos años, el concepto de la medicina se transforma, los laboratorios se lanzan a rentabilizar sus investigaciones, los visitadores , cargan de folletos a los médicos y les ofrecen pingües beneficios a cambio de recetar sus fármacos, regalos en metálico, porcentajes, y más tarde viajes y congresos en hoteles de lujo. La masificación en las grandes ciudades y la creación por parte del franquismo del monstruo de carater militarista y totalitario denominado “Instituto nacional de previsión” que incluía a la “Seguridad social” como forma de atenciónl a todos los trabajadores, acelera el proceso de deshumanización y masificación de la medicina de familia.
La figura del médico de familia que te conocía desde que eras niño, desparece. Gigantescos complejos sanitarios atienden a diario a miles de paciente con un tiempo limitadísimo por visita, ya no hay contacto físico, ni observación, ni calor humano, los facultativos se convierten en expendedores de rectas y los antiguos hospitales en gigantescos centros que más parecen complejos industriales que sanatorios.
Los laboratorios inventan enfermedades inexistentes, o convierten en tales procesos normales de la vida como el embarazo o la menopausia. Lanzan programas de vacunación masiva de dudosa utilidad y transforman al enfermo en un cliente cautivo de por vida.
La contaminación, las radiaciones, el estrés y los aditivos químicos en la alimentación, generan nuevas enfermedades que se transforman en crónicas e intratables. Cada año millones de personas en todo el mundo generan cánceres y leucemias como nunca antes había sucedido y los laboratorios desarrollan programas de altísimo coste a base de quimioterapia para intentar atajar los efectos de estos venenos que ingerimos por todas nuestra vías, pero sin acabar con las causas es una batalla perdida de antemano.
En los últimos años, una nueva generación de enfermedades han irrumpido masivamente en nuestro panorama sanitario, son la fibromialgia, el síndrome de la fatiga crónica y el síndrome de sensibilidad química múltiple. Estas enfermedades que afectan a millones de personas, en su mayoría mujeres, son totalmente ignoradas por el trust médico, y las grandes farmacéuticas no ven rentable desarrollar fármacos para colectivos que aunque millonarios en número, necesitan de un tratamiento personificado y exclusivo para cada paciente.
Los autodenominados "doctores", altamente endiosados, son incapaces de reconocer su ignorancia, y en lugar de aisitir a los pacientes con humanidad y ofrecerles consuelo y esperanza, los tratan con prepotencia, los insultan y los desprecian, agravando aun más sus sufrimientos.
Por otra parte, es sistema sanitario teme verse desbordado por miles de bajas e incapacidades, y cierra a cal y canto sus centros de evaluación a fin de disuadir a estos enfermos de persistir en procesos que llegan a eternizarse, mientras el poder judicial deniega sistemáticamente el 90% de la demandas contra el INSS.
En este momento nos encontramos, atrapados por un engranaje mercantilista sin ética, por un sistema sanitario deshumanizado y autista, por una sociedad que no reconoce ni entiende estas nuevas enfermedades y por un poder político que teme verse desbordado por un alud de nuevas enfermedades crónicas.
Purgamos como ciudadanos, los pecados que cometemos como especie, y como siempre, los más débiles son los que se llevan la peor parte.
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