viernes, 8 de enero de 2010

LA SOBÉRBIA DE LA IGNORANCIA

En mi rebelde juventud creía tener la respuesta a todos los enigmas, la ciencia era capaz de explicarlo todo y por eso buscaba misterios inexistentes, buceaba en El triangulo de Las Bermudas o imaginaba los orígenes extraterrestres del Matchu pichu para escapar de una realidad tan monótona y anodina. Todo fenómeno era explicable científicamente, y el que no, lo seria en las próximas décadas, dios era una palabra de cuatro letras y el futuro era sinónimo de ciencia ficción, la verdad era mi verdad y no había otra.


Pasaron los años y aprendí el arte la duda. Conocí el amor con mayúsculas, participé en el misterio de la maternidad, y comprendí que la física y la química no le explican todo, que el destino es como un camino trazado, pero que podemos abrir nuevas sendas para bien o para mal. La muerte empezó a ser una dama conocida, odiada al principio, pero que me enseñó el otro lado de la luna y poco a poco se hizo una compañera inseparable. Me hizo entender que es la vida, y no ella, quien nos arrebata para siempre a los seres queridos, y que jamás seremos capaces de entender lo que verdaderamente es importante, el tiempo, el amor o la propia existencia.


Aprendí que el sol puede cegar y la luna iluminar el cielo, recuperé el don de la maravilla que tenia de niño, y volví a enmudecer ante un cielo estrellado, ante un árbol centenario o ante los ojos inmensos de un recién nacido. Entendí que tan solo era un grano en las infinitas playas del cosmos, pero que a la vez esa era mi grandeza, que yo formaba parte de dios y que dios era mi propia esencia.


Dejé se buscar explicaciones y me centré en sentir, aceptar, y gozar todo aquello que la vida me daba, el placer, el dolor, el amor y la misma existencia, adquirí la flexibilidad del junco sin perder la templanza del roble y asumí que la ternura, el cariño, la compasión y la comprensión son los auténticos motores que mueven al mundo, que todo lo demás lo único que hace es ponerle obstáculos e impedir nuestro camino a la perfección.


La vida empieza a despertar de nuevo tras el solsticio de invierno, y el ciclo vital comienza a vislumbrarse entre las nieves. Hoy sé que lo poco que he aprendido en los libros no es lo importante, que la zarpa de mi inteligencia, apenas ha sido capaz de arañar la corteza de la sabiduría y que lo que en verdad trasciende es lo que me arde en el pecho y acelera mi corazón. Hoy he sentido que la corriente de la vida me llevará a buen puerto siempre y cuando no pretenda luchar contra ella, ni intentar ir más deprisa, la madre mar me espera con los brazos abiertos a final de mi cauce.

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