Llevaba meses luchando contra sí mismo. Se habían conocido en un foro de música y poesía y desde el principio se estableció una complicidad que pronto derivó en afecto. Se contaron su vida, sus pensamientos, sus ideas, y poco a poco se fue tejiendo una red en la que ambos quedaron atrapados. Él estaba felizmente casado, amaba su mujer por encima de todo, compartían intereses, afectos e ideales, cuarenta años juntos sin un desliz ni siquiera un pensamiento, cuarenta años de amor que rememoraban noche a noche mientras se amaban con una pasión incombustible.
Desde el principio, le contó su relación, pensaba que no había nada que ocultar, no tenía amigos y había encontrado en ella a esa persona en quien confiar y con la que sentirse imprescindible, pero surgieron las llamadas al móvil y los mensajes clandestinos, la temperatura empezó a subir hasta hacerse realmente insoportable.
Siempre se negó a un encuentro, sabia de su fragilidad y temía llegar a un punto de no retorno, el tiempo pasaba y la relación se hacía cada vez más tórrida y aunque jamás hubo ningún componente sexual explicito entre ellos, la pasión desbordaba entre líneas.
La esposa se percató enseguida del cambio, él le confirmó sus sentimientos, el profundo cariño que les unía pero también le dejó bien sentado que no había amor entre ellos, que para él no había más mujer que su mujer, y que jamás la dejaria por nadie pero la cizaña de la sospecha empezó a extenderse en su trigal.
Ayer tuvo un día de perros, una reunión a puerta cerrada durante horas, el teléfono apagado y la tensión desbordando por los poros, cuando salió del despacho, entró en una cafetería a tomar unas tapas, la cerveza helada fue como un bautismo que le despejó la mente. De repente se percató que tenía el teléfono apagado, al conectarlo, varias llamada perdidas entraron al asalto, su mujer la había requerido insistentemente, pero nadie había contestado. Le llamó y en su tono de voz comprendió que algo grave sucedía, cuando llegó a casa, empezó el tercer grado, o más bien la lista de acusaciones, - ¡dime donde has estado, porque ya sé con quien!-. ¿Cuantas veces has estado follando con esa zorra sin que yo me enterara? ... El juicio sumarisimo no hacia más que empezar.
De nada sirvieron sus negativas ni sus razones, y lo peor de todo, es que no había rabia ni rencor en sus reproches, había un profundo y desgarrador sufrimiento, llegó a olfatear su entrepierna a oler sus cabellos y registrar su bolso en busca de la evidencia, pero aunque no encontró pruebas, el veredicto estaba sellado, él le había sido infiel.
Aquella fue una noche terrible, nada hay peor que ser declarado culpable de un delito imaginario, pero la sentencia estaba firmada.
Al día siguiente, al llegar al despacho, lo primero que hizo fue descolgar el teléfono, marcó la tecla número tres, y se asomó al vacio.
- Irene, amor mío ¿nos vemos esta tarde?...
JUANMAROMO
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