Él era un virtuoso concertista, desde muy joven dominaba como nadie el arte de las seis cuerdas. Un día, paseando por el casco antiguo, una guitarra le llamó la atención, fue un amor a primera vista, cuando la tuvo entre sus manos supo que estaba hecha para él.
Durante decenios admiraron al mundo con sus conciertos, ellos dos solos en el escenario llenaban el espacio sonoro como una orquesta sinfónica. Nunca interpretaban el mismo repertorio, durante dias se aislaban del mundo y ensayaban nuevas partituras, acordes increíbles y variaciones maestras que admiraban al auditorio, ambos recorrían el mundo como una pareja inseparable.
Un atardecer se sorprendió admirando un escaparate, una flamante guitarra le deslumbró. Allí estaba como esperándole, su diseño atrevido, sus texturas sugerentes y sus formas rompedoras le quitaron el sueño, al día siguiente, esperó impaciente para hacerse con ella.
Cuando acarició sus cuerdas, unos sonidos increíbles brotaron de su alma, porque aquella guitarra tenia alma, la apretó contra su pecho y una sensación desconocida se apoderó de él, algo en su interior le dijo que nada volveria a ser como antes.
Durante semanas se encerraron en su estudio, se olvidó de su vieja amante y del mundo exterior. Sus dedos arrancaban notas de fuego, las viejas partituras cobraban nueva vida y lo que antes había sido armonía, se convirtió en un marasmo de sonidos que le absorbían el seso, casi no dormía, solamente salía para tomar unos bocadillos y regresar de nuevo con su amada.
Pasado unos meses, se decidió a presentarla en sociedad, el auditorio estaba lleno a rebosar y las entradas se habían agotado a la pocas horas, tal era la expectación que había desatado, subió al escenario y un silencio religioso se adueñó del liceo.
Cuando sus manos acariciaron el vientre de madera, las cuerdas tomaron vida propia, extraños arpegios surgían de sus dedos y los acordes disonantes inundaron la sala, el silencio se transformo primero en sorpresa y después en indignación, el público abandonó la platea y el telón de desplomó sobre el artista, la guitarra seguía escupiendo sonidos eléctricos que parecían reírse del maestro, presa de pánico la arrojó a patio de músicos y corrió en busca de su amada. Allí estaba guardada en su funda, como esperando que volviera a buscarla.
La tomó en su regazo y acarició sus amadas cuerdas pero el sonido desafinaba. Intentó durante horas encontrar la armonía perdida, rogó, lloró e imploró, pero cuanto más lo intentaba más frio era el latido que le arrancaba, sus dedos habían perdido el tacto sublime envenenados por las cuerdas metálicas de la guitarra nueva y tras horas de intentos desesperados presa de la ira, la golpeó contra el suelo destrozando su caja.
En ese momento, un acorde sublime brotó de su vientre y se clavó en el corazón del músico, un lamento sonoro en el que concentraba todo su amor y todo su dolor. Enloquecido salió gritando hacia el balcón y saltando la barandilla de forja, se estrello contra el asfalto. De su cabeza brotaron notas carmesí que se escurrieron por el pentagrama hasta sumirse en la alcantarilla más próxima mientras el viento ululaba el réquiem de Mozart.
JUANMAROMO
JUANMAROMO
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