Lo peor de envejecer no son las canas, ni los achaques ni tan siquiera la enfermedad, lo peor es que con cada cabello, pierdes algo que es vital para la supervivencia, los ideales. Durante la infancia nos lo creemos todo, creemos en dios, en los reyes, en nuestros padres, todo está meridianamente claro y no hay hueco para la duda.
La adolescencia nos trae las primeras incertidumbres, una vez destronados los reyes, empezamos a cuestionarnos a dios y a la familia y nos revelamos contra la autoridad pero a cambio vislumbramos nuevos horizontes, los derechos humanos, la ecología, o la política se presentan como metas irrenunciables. Nos identificamos con ideologías redentoras, adoramos a nuevos dioses y salimos a la calle pidiendo libertad y justicia, el sufragio universal nos parece la panacea y nos alineamos incondicionalmente tras líderes y banderas.
Pero los años van cayendo y conforme nos adentramos en el otoño, todas aquellas esperanzas se marchitan como hojas caducas, las ideologías son utilizadas como muletas para torearnos, los líderes mesiánicos son ídolos con pies de barro y empiezas a comprender que "Todo tiene que cambiar para que nada cambie". Algunos optamos por la política del avestruz, y enterramos la cabeza en nuestro propio agujero, otros leemos, investigamos y debajo de cada piedra surgen cientos de gusanos, muchos de aquellos dioses eran sepulcros blanqueados. Algunos arrojamos la toalla y nos agarramos al egoísmo como medio de supervivencia, otros seguimos luchando contra la injusticia y nos desesperamos leyendo los diarios o viendo a los políticos enfangarse en prevaricaciones y corruptelas
Lo peor de envejecer no es perder la memoria, lo peor de envejecer es perder la fe en la humanidad, en la justicia y en uno mismo, cuando la última hoja de esperanza se desprende de tus ramas, puede que te queden muchos años de vida, pero en realidad, ya estás muerto.
JUANMAROMO
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