lunes, 29 de junio de 2009

HISTORIAS DE LA VIDA PUTA





Últimamente se escuchan lamentos de jóvenes quejándose del "trabajo basura", de su dependencia de los padres y de la imposibilidad de acceder a una vivienda digna... ¡como si esto fuera una novedad!.


Los principios siempre han sido duros y como muestra os voy relatar cómo era la vida de un joven medio en los años sesenta.
En mi adolescencia, si no eras un “hijo de papá”, tu vida laboral empezaba a los 14 años, entrabas a trabajar de aprendiz en un taller o de meritorio en una oficina, y te pasabas dos años casi sin cobrar y aguantando cabronadas con la escusa de que estabas aprendiendo un oficio.
En realidad no aprendías nada, y matabas el día limpiando piezas o trayendo cafecitos y archivando facturas, ocho horas de hastío aguantando bromas y putadas, soñando con que sonara la campana.


Si querías estudiar, te buscabas una “jornada intensiva”, de 7 a 15 horas, comías en una fiambrera lo que te había puesto mamá, y a las 4 tenias la primera clase, jornada de estudio hasta las 9 de la noche y si querías disponer de un duro extra para el “finde”, te buscabas una horita de clase a domicilio, con lo cual, llegabas a casa pasadas las 11, cenabas deprisa y corriendo y echabas una ojeada a los libros, máximo una hora, porque a las 6, sonaba el despertador.
Los sábados se trabajaba por la mañana, y por la tarde tenias que ponerte a estudiar si querías aprobar algo en JUNIO. El Domingo, si tenias suerte y había algún guateque a la vista, podías pegarte un calentón bailando agarrao con alguna moza , o en su defecto inflarte de cubatas por la cara. Luego llegabas a casa más quemao que el cenicero de un bingo, cena relámpago, y la pajilla de rigor para desalojar el exceso de testosterona generado en el baile.

Lo poco que cobrarbas, lo entregabas íntegramente a casa, y tus padres te daban unos dinerillos para tus gastos que no te llegaban ni para pagar la entrada de una disco. Dejo aparcado el tema, que seguiré desarrollando en próximos capítulos. La vida siempre ha sido dura, pero lamentarse tumbado en la cama, nunca ha servido para nada.

Laboralmente no eras nadie hasta que terminabas el servicio militar, lo más normal era trabajar sin ningún tipo de contrato, te apuntaban a la seguridad social, y a los tres meses te daban de baja. Si continuabas estudiando y trabajabas en una oficina, tenías el techo por los suelos, auxiliar administrativo con un sueldo de miseria y nulas posibilidades de promoción, nadie apostaba por un estudiante que en cuanto terminara la carrera levantaría el vuelo.




Si lo tuyo era aprender un oficio, a partir de los 18 años, empezabas a ejercer de “oficial” , te encomendaban trabajillos sencillos y el sueldo te daba para tus gastillos y para ayudar a la familia, normalmente tu sueño era establecerte por tu cuenta y montar tu propio negocio.




Salvo que tocaras en algún grupo o fueras Dj, tu vida sexual era bastante jodida. Guateque o discoteca el fin de semana, con el calentón correspondiente, si tenias una novieta, las cosas mejoraban ligeramente, magreos en el sofá de una disco, besos de tornillo en un rincón apartado o una tarde “en la fila de los mancos” de un cine de barrio y era a lo máximo que podías aspirar si no tenias coche. Luego tu madre tenia que lavar las sabanas cada dia. Pero de eso hablaremos en otro momento.




Pasaban los años, y llegaba la hora de cumplir el servicio militar, 18 meses secuestrado casi sin permisos y desde luego sin un duro.
Perdías el trabajo y dejabas los estudios en el dique seco a no ser que quisieras estar tres veranos haciendo “la milicias universitarias”. Borracheras, amigos para siempre que desaparecían para siempre en cuanto salías licenciado de la jaula.

Continuabas trabajando y estudiando, si tenías novia formal gastabas menos que Tarzán en zapatillas, todo el dinero era para ahorrarlo e intentar buscar un piso financiado por “la Caixa” o una vivienda de protección oficial, aunque lo más normal era recurrir al alquiler. La familia y los amigos te iban pasando muebles viejos, con lo cual poco a poco montabas tu nido.

Por aquel entonces, las mujeres se incorporaban masivamente al mercado de trabajo. Una vez terminados los estudios, con un trabajo explotador y a base de prescindir de lo imprescindible podías comprar un coche de segunda mano, una boda sencillita y a veces un piso compartido con otra pareja para poder sufragar los gastos, incluso en casa de los padres si había sitio.

Las vacaciones, quince días escasos, al pueblo. Nada de hoteles, viajes o cruceros. Al restaurante solo íbamos en fiestas sonadas, lo típico era hacer pic-nic en los parques o salir a comer al campo o a la playa.
Con todo ello, y a base de trabajar horas extras a precio de saldo sábados incluidos, reunías un dinerillo y los más osados, se embarcaban en una hipoteca al 14% de interés que te cubría escasamente el 70% del valor de tasación del piso, y desde luego previo aval de los padres.

Luego había que pintarlo, hacer la cocina, el baño, porque los pisos de entonces te los daban semi acabados y como no te quedaba dinero para pintores ni carpinteros, lo más normal era recurrir a amigos y familiares para poder adecentar el nido y poder empezar una nueva vida. Desde luego nada de parking, el coche en la calle y con una barra antirrobo en el volante.

Despues vendrían los hijos. pero eso sí que ya lo dejo para otra saga y para otro momento. Eran tiempos duros, sin lujos, pero con una enorme ilusión y espíritu de lucha, había optimismo y fe en el mañana , porque cuando se parte de cero, cualquier logro es una conquista y con veintipocos años todo nos parecia al alcance de la mano.....



Y luego llegaron los hijos, hijos queridos, hijos deseados. Éramos muy jóvenes, jugábamos con ellos, disfrutábamos se sus risas y de sus gracias, pero había que trabajar. El permiso de maternidad apenas existía, a las pocas semana había que dejar al bebe. Si tenias suerte con la abuela y si no, en una guardería.
Trabajando ambos era casi imposible encontrar una municipal, y las privadas te costaban la mitad del sueldo, para colmo, la crisis del petróleo en 1.974, elevó la inflación hasta un 18% y el paro se extendió como una epidemia. Yo no estaba asegurado, cada vez que había que llevar a la niña a urgencias por algún aumento desmesurado de fiebre, temía que me la rechazaran por no estar al corriente del pago. Entonces seguía trabajando los Sábados hasta el medio día, me levantaba a las 6 A.M. y no regresaba hasta pasadas las 8 de la noche, eso si, siempre procuramos a costa de lo que fuera, reunirnos para comer juntos, aunque tuviéramos que caminar 5 km .
Trabajábamos lejos de casa y comíamos en el SEU, en bares de comidas o restaurantes , si queríamos comer medianamente bien gastábamos otra buena parte del sueldo, los pañales de la niña eran carísimos, la ropa y el calzado aumentaba de precio día a día, pero nada importaba, éramos jóvenes, había amor , compromiso , y teníamos toda la vida por delante.
Un Piso de alquiler pequeño pero luminoso, fue nuestro nido. A base de no fumar, y de prescindir de otros lujos, fuimos formando una biblioteca y una discoteca para educar a nuestros hijos en las artes y en la cultura. En casa siempre sonaba la música, bien sinfónica, folk o rock, sus notas se mezclaban con nuestras risas y juegos. Era una casa pequeña, pero era nuestro hogar y la muralla que nos protegía del miedo a la crisis, al paro y a no llegar a fin de mes. La niña fue creciendo en años y en belleza, y un día, mi esposa me tomó de las manos y mirándome a los ojos me dijo - ¡Creo que estoy embarazada! …
 Tras la primera impresión, empezamos a sopesar los problemas que acarrearía, y a buscar las posibles soluciones. Como ya he comentado, teníamos un piso pequeño. Sesenta y cinco metros estaban bien para tres, pero ahora, la pequeña debería compartir la habitación con su hermano o hermana. De momento era suficiente para los dos, pero en función del sexo y más tarde de la edad, seguro que tendríamos problemas..
Por aquel entonces, los permisos de maternidad eran nominales. y decidió pedir una excedencia de un año sin sueldo, para poder dedicarse a criar al recién llegado, no queríamos llevarlo a la guardería con tres meses, hicimos números, prescindimos de todo lo prescindible, y nos lanzamos a la aventura.

Fue una niña preciosa, una niña dulce, amorosa y tierna. Montamos su cunita en la habitación de la mayor y así se hacían compañía. Su madre se dedicó en cuerpo y alma a ellas, me consta que fue una de las mejores épocas de su vida.
Pasamos el año con un solo sueldo, pero como no teníamos letras ni tarjetas n gastos superfluos, pudimos mantener nuestra filosofía de vida, buena alimentación, y sobre todo un ambiente de amor y concordia para formar la personalidad de nuestras hijas. Nuestra biblioteca se iba enriqueciendo con los mejores clásicos y las más avanzadas obras de consulta, y la música, clásica, rock o folk no dejaba de sonar en nuestra casa.
Pronto hubo que cambiar el mobiliario de niñas, un mueble nido con una cama extensible, sirvió para tener a las pequeñas juntas en la misma habitación, justo al lado de la nuestra.
Ni que decir tiene que las mañanas del Domingo, eran la juerga continua, la mayor venia a nuetra cama a primera hora, y aquello se transformaba en un circo. Saltos cabriolas gritos peleas… Yo era más niño que ella y disfrutaba como un loco jugando como un crio. 

No teníamos lujos, había que controlar férreamente el gasto, pero éramos felices, el hogar era nuestro refugio, el nido donde nuestras hijas crecían en un ambiente rodeado de amor y buen humor. Pasaron los años, y las niñas fueron creciendo. Nuestro viejo Seat 127 llegó a cumplir 15 años, pero nos llevaba a la playa en verano y al campo en invierno. Yo salía cada día de casa a las 6.15, y a ella le tocaba la dura faena de levantar, arreglar , llevarlas al colegio y poder llegar a la hora al trabajo a la hora, un trabajo agotador cuando los hijos se ponen enfermos, o sencillamente entran en ese periodo de rebeldía en el que todo les está mal y no les gusta nada de lo que les pones. Por suerte el colegio estaba muy cerca de casa, un centro del ayuntamiento (siempre apoyamos la enseñanza pública), que por aquellos años funcionaba a la perfección, y donde aprendieron a relacionarse con todo tipo de niños y conocer de cerca la realidad de la vida. No fue un camino de rosas, pero sí de margaritas silvestres, de charcos enfangados, y de verdes praderas, de días a veces tormentosos y a veces soleados. Siempre procuramos que aprendieran que el esfuerzo es imprescindible para caminar, que el respeto es la base de las relaciones humanas, y que el dinero es solo un medio que no lo compra todo. 

Y de pronto, llegó la adolescencia….



La adolescencia es una de las épocas más difíciles en la educación de los hijos. Hay dos posturas muy cómodas, la autoritaria, que suele tener un efecto rebote, y la permisiva a ultranza que acostumbra a crear fracasados o delincuentes.
Los padres de mi generación tendíamos a tratar a los hijos adolescentes como amigos, y eso fue un terrible error. Los hijos necesitan una guía y unas normas para desarrollar su personalidad, la camaradería les desorienta y tienden a buscar ejemplos por otros lares, a veces poco recomendables.


Mi esposa se implicó en cuerpo y alma ayudándoles en los estudios. Tras una jornada laboral agotadora, y la parte correspondiente de las labores cotidianas, venia el seguimiento de los trabajos, los deberes, las preguntas. Yo llegaba a casa pasadas las ocho, y ya era la hora de preparar la cena y tomar la parte que me correspondía en las tareas cotidianas.
La mesa era el templo del diálogo, la tele apagada y la conversación a veces tensa, a veces distendida, pero siempre viva. La música de fondo, era el contrapunto a nuestras palabras, no había gritos, siempre procuramos convencer antes que vencer, pero fue una lucha continua en la que no se podía bajar la guardia.


Las salidas nocturnas, las llamadas de “ahora vengo” a las dos de la madrugada, el intentar dormir pendiente de la puerta de casa que jamás se abría.. la vigilancia y control de los amigos… alguna vez me tocó ir a “rescatar” a mi hija mayor a casa de algún amigo poco recomendable, pero siempre respetando la dignidad y la responsabilidad, procurando no romper ese puente de confianza que cuando se quiebra es imposible reconstruir.


Horas de charlas en el sofá, horarios de televisión controlados, libros compartidos y comentados en familia …los años pasaban y mientras Silvia terminaba su carrera y empezaba a levantar el vuelo, Diana comenzaba ba a sacar la cabeza del nido. Todo lo que habíamos aprendido con una, iba a mostrarse totalmente contraproducente con la otra.





1 comentario:

la chica de ayer dijo...

Y a mí que me ha parecido envidiable.......